Es un viejo chascarrillo del mundo de la construcción, pero todos lo hemos oído alguna vez tanto dentro como fuera de la vida profesional: desde un vecino cuyas obras se alargan más de la cuenta, al episodio de Los Simpson en el que Homer se hace amigo de Ray, un contratista cuya obra sin terminar en el tejado de la familia hace creer a Marge que en realidad Ray nunca ha existido. Pero Ray, como las bases de este prejuicio, no son ningún tipo de alucinación. De hecho, son bastante reales.
En el imaginario popular de nuestro sector, la idea de que el contratista es un pirata con parche en el ojo que está esperando ávido el momento de asestar su puñalada, ya sea en la dirección facultativa, del cliente o de quien pueda, tiene su parte de verdad. Son muchos los precedentes, anécdotas y cotilleos que alimentan esta desafortunada leyenda negra, pero debemos tener en mente que hay malos profesionales y malas empresas en todos los sectores. Y en este en concreto abundan ambos. Pero no por malicia, sino por incertidumbre.
En el mundo de la construcción, el nivel de certeza a la hora de trabajar es muy inferior al del resto de industrias. Aquí, cada proyecto es único y se acaba cuando se acaba la obra (casi nunca antes), un momento que es imposible predecir con exactitud porque el proyecto 100% definido, perfecto, sin dudas, sin detalles por solucionar y sin incoherencias, no existe. Y no existe porque no puede existir.
La construcción no es un fenómeno inmediato, sino uno con necesidades en cambio constante cuyas soluciones definitivas, muchas veces, dependen de un especialista que aún no está contratado por tener que encargarse de cambios que ni el propio cliente sabía que iba a tener que afrontar. Como se suele decir, errare humanum est. A esto tenemos que añadir los plazos, cada día más exigentes, que vivimos (y sufrimos) tanto los que proyectamos como los que construimos, además de, por supuesto, los que pagan, pues la puesta en marcha de sus negocios condiciona económicamente esos plazos.
En este contexto, la incertidumbre genera desconfianza (hacia el contratista), y genera vacíos que pueden alimentar las malas intenciones (de los contratistas). Añadan a este cóctel, además, una altísima competencia. O llamémoslo por su nombre: una guerra de precios despiadada, tanto entre los contratistas como entre las propias Direcciones Facultativas.
El paradigma “lineal” de la construcción está obsoleto y debe avanzar. Por eso, en OYPA hace tiempo que hemos apostado por una visión cooperativa del sector, ya que el éxito del proyecto solo vendrá de la adecuada cooperación entre los actores implicados.
Ya no es posible que el negocio sea competitivo si esperamos que un cliente encargue un proyecto apoyado en una base económica y con un plazo suficientemente holgado como para que se entregue perfecto y sin fisuras, y que posteriormente se encargue a un contratista la ejecución de ese proyecto, con un plazo y un precio razonable, y que todo ello discurra sin sobresaltos.
Esa, por fortuna o por desgracia, no es la dinámica actual. Los proyectos se encargan con plazos de elaboración muy cortos y con precios muy ajustados. Y aunque siempre hay mejores y peores profesionales, se entregan con fallos y carencias. El propio plazo para estudiar ese proyecto es en muchas ocasiones muy reducido, lo que incrementa la cadena de errores. Y, finalmente, se licitan con plazos de ejecución igualmente reducidos, a veces inverosímiles. A todo esto, además, hay que sumarle de nuevo que la lucha de precios es encarnizada: las inversiones en infraestructuras son elevadas, y un punto porcentual puede separar la gloria de la ruina.
Por eso, el paradigma de la construcción en la actualidad es más bien cooperativo. Todo sucede mucho más rápido y, por ello, todos los agentes han de intervenir antes, de manera simultánea en ciertas etapas y, además, ser muy eficientes.
El primer estadio de esta cooperación, por parte de OYPA como contratista, se produce en la fase de licitación. Es crucial aprovechar este tiempo para aportar valor en el proyecto, y ese valor no se aporta limitándonos a poner precios unitarios en un estado de mediciones.
Nosotros lo hacemos, principalmente, a través de la detección de elementos como la falta de partidas necesarias para la ejecución de acciones, de errores de medición en partidas ya existentes o de incoherencias generales en todos los niveles del proyecto. Una vez en ese punto, planteamos dudas y propuestas de mejora.
Dentro de la fase de obra, desarrollamos y llevamos a término las mejoras ya propuestas en el estudio o surgidas durante la obra (value engineering), colaboramos en la definición pendiente, en la resolución de dudas nuevas o no resueltas y en la viabilidad del proyecto, ajustando las soluciones al balance técnico y económico del proyecto en cada momento de la obra. Todo ello con la intensidad máxima para no demorar la ejecución de la obra.
Nuestra forma de trabajar es posible porque nosotros, después de treinta años realizando obras de adecuación y reforma de locales comerciales, hemos adquirido a través de la experiencia un conocimiento en la materia que nos diferencia de nuestros competidores.
Por un lado, creemos firmemente como empresa constructora en el modelo colaborativo, donde el éxito del proyecto es el éxito común de todos los actores: DF, cliente y la propia constructora. Por otro, adaptamos nuestros equipos a la necesidad del cliente, trabajando con los medios materiales y, especialmente, humanos para desarrollar ese trabajo. Así, logramos los objetivos en términos de calidad, plazo y coste, unos objetivos tan reales como el contratista que arregló el tejado de los Simpson.
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